Crónica desde el frente amigo,
primeras líneas de fuego,
Golden Lotus, Boulder, Colorado,
a Mario Cuenca Sandoval,
traductor de la obra "El ladrón de morfina".
Conocí a Caplan, y a su libertador al castellano, en algunas "Carnicerías Reales", combatiendo letra a letra, sílaba a sílaba, contra el Fascismo, el Pesimismo, el silogismo, contra los "estalinismos" de pueblo, contra idealistas de salón "machistas-tradicionalistas" e imperialismos palurdos, contra imperialismos de una catetez catequista, contra los "papanatismos" y los "ecumenismos" intransigentes. Conocí a Caplan cuando también peleamos en contra de uno mismo -que, como advirtió Chandler, no hay mayor lucha-, al igual que el Orwelliano "Homenaje a Cataluña".
La fiable edición de Cuenca reproduce sin dificultad la guerra interior y exterior, la guerra civil que libra la mente de K.S.Caplan y Caplan, yanqui y granjero, a veces no resulta ni tan lejano ni tan distinto de aquel Kafka que se dejó desparramadas las neuronas por aquel asesino de la Europa Central, Gregor Samsa, de quien tomó idéntico nombre una banda de rock alternativo de Virginia.
Caplan, "El ladrón de morfina", es la obra completa de muchos.
Publicada ahora por primera vez en España, hubo un intento anterior en la década del setenta, las supresiones y los cambios impuestos por la censura franquista hicieron desistir a un traductor infame, se ha conseguido, a través del intérprete Sandoval, comprender a un hombre que ni siquiera logró hacerlo él, asunto que tampoco debiera extrañarnos, pues no somos otra cosa que Caplan.
Que para conseguirlo hayan tenido que pasar tantos años desde la primera edición inglesa de “The Morphine Thief" y casi cuarenta de la muerte del general Franco ha provocado el asombro que produce la libertad, el haberse arriesgado, en el mundo editorial español.
La traducción del embrollo mental y las controversias de Caplan, su escritura compartida con Sandoval, junto a la denuncia sociopolítica, y los instintos literarios de Mario S(andoval) C(uenca), K.S.Caplan, el traductor nunca es un traidor aquí, ni fuerza la toma del Castillo, de "K", sus transmutaciones, sus identificaciones hacen que todos acabemos preguntándonos algo elemental: ¿acaso no soy yo Caplan?
Pocos lo consiguieron.